El Camino es una experiencia que indudablemente puede ser enfocada desde muchos puntos de vista: el reto, la superación, el reencuentro, lo espiritual, lo religioso, la aventura, el conocimiento de otros…. Al final te das cuenta que lo importante es que a un paso le sigue otro, y a ese otro más, para al final descubrir que, a la vez que se pisa el suelo, el auténtico camino va por otros senderos invisibles, y lo que se consigue es fruto del esfuerzo personal.
Todo lo que te rodea genera una atmósfera especial: disfrute de la naturaleza, el viento, los sonidos, la niebla o un trago de agua fresca. Los parajes y caminos son preciosos en muchos tramos, penosos y sacrificados en otros; la lluvia y el sol y la niebla se confabulan y alternan para que vivas el camino desde variados puntos de vista… ¡Buen Camino! se oye una y otra vez… Vamos solos, pero formamos parte de un todo que notas que transciende, formamos parte de un camino pisado por miles de peregrinos antes que nosotros, y que será nuevamente pisado por muchos otros después.
Es sorprendente la cantidad de personas que peregrinan. A lo largo de estos años hemos comprobado el espíritu de superación de personas que no podían ni andar, avanzando por caminos solo movidos por sabe Dios qué. Nosotros mismos hemos vivido la sensación de andar sin fuerzas, pasito a pasito por el dolor, erguir el porte y ver como otros en nuestras mismas circunstancias hacían lo mismo, y con dignidad y orgullo, dar unos pasos firmes e impensables momentos antes.
Caminar a pleno sol, caminar bajo la lluvia y con las botas llenas de barro, levantarse a las 5 de la madrugada para caminar al amparo de la luna, caminar casi descalzo y con una gran cruz de madera colgada al cuello, caminar tapado como si fueras un Tuareg (sobre todo los orientales), hacerse más de 30 Km. con una bolsa de plástico de la compra llena en la mano, caminar cantando o en silencio, caminar llorando, caminar pertrechado con un equipo como para subir un ocho mil, caminar con mochila y tirando de un trolley, caminar abrasado por el sol, caminar en ayunas, caminar con lo puesto y poco más… Descubres que en el Camino nada te sorprende. En el Camino te inunda una marea de pensamientos, de emociones y sentimientos. Mil sensaciones surgen de los rincones del cuerpo, pero a la vez, según transcurren los minutos y las horas y se suceden los kilómetros, la cabeza no para de funcionar. Cualquier mínimo detalle del camino: la brisa, las espigas que se agitan con el viento, las amapolas, un escarabajo que se cruza…, despiertan una serie de pensamientos, de emociones y de sentimientos. El Camino te enseña a conocer el cuerpo y a quitar un dolor con otro dolor. Cada parte del cuerpo empieza a hablar y algunas hasta gritan, zonas que de ordinario pasan desapercibidas, de repente parece que despiertan y te reclaman atención. Insisten en que están ahí, marcan su territorio y hacen que te olvides de otras que solemos tener más presentes. Es curioso, pero el estado “normal” es no sentir nada y vivir casi en exclusiva en nuestra cabeza. Sin embargo, cargar con una mochila, calzarse unas botas y ponerse a caminar largas horas bajo el sol, el viento o la lluvia, pisando suelos irregulares y pedregosos, hace que se despierten rincones recónditos de nosotros mismos. Un dedo del pie, el lado izquierdo del talón, los hombros, las rodillas y los tobillos empiezan a quejarse, todos a la vez o uno detrás de otro, y entonces sientes que eres mucho más que tu cabeza.

El Camino es además plena conexión con la naturaleza, robles y eucaliptos haciendo bóvedas de sombra en caminos rodeados de verde, bosques aparecidos entre la bruma como si fuera una postal, pendientes inclementes al sol, sin ningún árbol que alargan tu sombra hasta el infinito o sencillamente oler y respirar profundamente…

Y para acabar, dos consejos si te decides a hacerlo:
El Camino decide cuándo entras en él. Estamos en el punto de partida. Tienes toda la ropa limpia, bien doblada y organizada en la mochila. Al día siguiente nos levantamos temprano y nos ponemos a caminar. Vemos a otros caminantes que avanzan a su ritmo. Nos adelantan, adelantamos, nuestros pies están perfectos, las piernas van ligeras… Esos primeros kilómetros, son como una excursión o una marcha de trekking. Por fin llegamos al destino del día. Ves a otra gente escribir en sus cuadernos, con la mirada fija en móviles y tablets, fumando o disfrutando una cerveza. Empezamos a hacer lo mismo, nos sentamos, escribimos, bebemos, contemplamos el entorno. Todavía no ha entrado el Camino en nosotros. Hay un momento en el que, sin embargo, tú percepción cambia, tus sensaciones no tienen nada que ver con las de una escapada de domingo. Empezamos a establecer conversaciones que ya no son casuales, y mides tu fuerza interior de una manera distinta. No se puede decir cuántos pasos son necesarios para que se produzca la transformación. Para cada uno es diferente. Pero hay un momento concreto en el que dejamos de ser caminantes y nos convertimos en peregrinos.
En el camino 1+1 no son 2. Todos los kilómetros no son iguales. No
es lo mismo un kilómetro al comienzo, que en medio o que al final. Un kilómetro
tiene un valor distinto para cada uno y dentro de la jornada de cada uno. Los
kilómetros acumulados algunas veces son una carga insoportable y otras, en
cambio, te proporcionan la fuerza necesaria para seguir y llegar a tu destino.
Lo mismo ocurre con el tiempo. Un minuto son sesenta segundos siempre, pero un
minuto temprano por la mañana es más corto, mucho más corto que un minuto
cuando llevas acumulados muchos minutos o muchos kilómetros, porque en el
Camino la distancia es tiempo y viceversa.
Empezamos a desear “Buen Camino” de forma automática sin pensarlo demasiado, casi como una fórmula de cortesía. Según “penetramos en el camino” acercándonos a nuestro destino nos vamos dando cuenta de que esas dos palabras tienen un significado profundo. El día a día cuando te despides de los otros peregrinos les deseas “Buen Camino” no ya para ser educado, sino como una reverencia por haber compartido la experiencia, y como un deseo sincero a partir de ese momento.
¡Buen Camino!
Al final del Camino, entrando en la indescriptible plaza del Obradoiro,
vimos a personas alumbradas por ideales y sueños que no tenían límites y nos
emocionamos, nos llenamos de alegría y dimos gracias al apóstol y a Dios.
Nos sentimos orgullosos al poder decir, ¡somos peregrinos del Camino de
Santiago!