Terminado el CAMINO DE SANTIAGO, un proyecto que nos ha llevado cuatro años y del que tardaremos en perder la resaca que nos ha creado (que esperamos dure lo máximo posible), una experiencia que todo el mundo debería de tener al menos una vez en la vida. Y queremos compartir con aquellos que lean este blog algunas reflexiones e invitaros a que, si tenéis la oportunidad, no la desperdiciéis. El Camino merece la pena en todos los sentidos.
¡Buen Camino!, maravillosa frase que te desean, que deseamos a todo el mundo, todos desconocidos, y su réplica ….¡buen camino!, todos apuntando a la misma dirección, la Catedral de Santiago.
Si hay alguna sensación en este momento, al margen de las vividas, es el orgullo de haber alcanzado la meta: no hay que engañarse, pues como prueba física es un gran reto y con una dificultad importante. Pero hay muchas otros aspectos, como el haber tomado contacto con cosas que realmente deben de importarnos, por ejemplo hemos vivido algo más de cinco semanas casi con lo justo.
Todo lo que te rodea genera una atmósfera especial: disfrute de la naturaleza, el viento, los sonidos, la niebla o un trago de agua fresca. Los parajes y caminos son preciosos en muchos tramos, penosos y sacrificados en otros; la lluvia y el sol y la niebla se confabulan y alternan para que vivas el camino desde variados puntos de vista… ¡Buen Camino! se oye una y otra vez… Vamos solos, pero formamos parte de un todo que notas que transciende, formamos parte de un camino pisado por miles de peregrinos antes que nosotros, y que será nuevamente pisado por muchos otros después. Es sorprendente la cantidad de personas que peregrinan, de tantas nacionalidades, solos (hemos visto con sorpresa gran mayoría de ellos), en bicicleta, a caballo, minusválidos en sillas de ruedas…. Hemos comprobado el espíritu de superación de personas que no podían ni andar, avanzando por caminos solo movidos por sabe Dios qué. Nosotros mismos hemos vivido la sensación de andar sin fuerzas, pasito a pasito por el dolor, erguir el porte y ver como otros en nuestras mismas circunstancias hacían lo mismo y, con dignidad y orgullo, dar unos pasos firmes e impensables momentos antes.
Caminar a pleno sol, caminar bajo la lluvia y con las botas llenas de barro, levantarse a las 5 de la madrugada para caminar al amparo de la luna, caminar casi descalzo y con una gran cruz de madera colgada al cuello, caminar tapado como si fuera un Tuareg (sobre todo los orientales), hacerse más de 30 Km. con una bolsa de plástico de la compra llena en la mano, caminar cantando o en silencio, caminar llorando, caminar pertrechado con un equipo como para subir un ocho mil, caminar con mochila y tirando de un trolley, caminar abrasado por el sol, caminar en ayunas, caminar con lo puesto y poco más… Descubres que en el Camino nada te sorprende. En el Camino te inunda una marea de pensamientos, de emociones y sentimientos. Mil sensaciones surgen de los rincones del cuerpo, pero a la vez, según transcurren los minutos y las horas y se suceden los kilómetros, la cabeza no para de funcionar. Cualquier mínimo detalle del camino: la brisa, las espigas de trigo que se agitan con el viento, las amapolas, una cigüeña regresando a su nido, un escarabajo que se cruza…, despierta una serie de pensamientos, de emociones y de sentimientos. El Camino te enseña a conocer el cuerpo y a quitar un dolor con otro dolor. Cada parte del cuerpo empieza a hablar y algunas hasta gritan. Zonas que de ordinario pasan desapercibidas, de repente parece que despiertan y te reclaman atención. Insisten en que están ahí, marcan su territorio y hacen que te olvides de otras que solemos tener más presentes. Es curioso, pero el estado “normal” es no sentir nada y vivir casi en exclusiva en nuestra cabeza. Sin embargo, cargar con una mochila, calzarse unas botas y ponerse a caminar largas horas bajo el sol, el viento o la lluvia, pisando suelos irregulares y pedregosos, hace que se despierten rincones recónditos de nosotros mismos. Un dedo del pie, el lado izquierdo del talón, los hombros, las rodillas y los tobillos empiezan a quejarse, todos a la vez o uno detrás de otro, y entonces sientes que eres mucho más que tu cabeza.
Pero, sobre todo, el Camino son los otros peregrinos. Reparas en cómo visten, cuánta carga llevan, cómo caminan, cómo descansan, qué comen… Todos ellos son una historia andante, siempre hay un cierto misterio que rodea a cada uno, y no es otra cosa que el motivo que les ha llevado hasta allí. Muchas veces prefieres no saberlo, no vaya a ser que la respuesta haga perder a esa persona todo el interés que nos suscita. Así uno mantiene la distancia con ciertos peregrinos y refrena las ansias de conocerlos. Con algunos peregrinos hablas, con otros deseas hablar, con unos pocos lo haces, pero te sientes unido con todos, porque las palabras no son la única manera de comunicarse y de establecer una relación.
Otra de las grandes sensaciones, sobre todo al paso por las pequeñas localidades, pueblos y aldeas, y al margen del contacto con las personas que allí habitan (impagable, eso es otra España), es la sensación de confianza. Te alejas del miedo a los otros, de la necesidad de blindarse, la seguridad la da el hecho de que tienen en común el ser peregrinos como nosotros, y esta sensación no tiene precio.
Y qué decir de las celebraciones al caer de la tarde. Si alguna vez lo hacéis procurad interesaros por ellas:
las vísperas en algunos monasterios, o la misa del peregrino en según qué sitios, no os dejarán nunca indiferentes.
Santiago "LA META" |
El Camino es además plena conexión con la naturaleza, robles y eucaliptos haciendo bóvedas de sombra en caminos rodeados de verde, bosques aparecidos entre la bruma como si fuera una postal, llanuras inclementes al sol, sin ningún árbol en kilómetros, que alargan tu sombra hasta el infinito o sencillamente oler y respirar profundamente…
Y para acabar, dos consejos si te decides a hacerlo:
El Camino decide cuándo entras en él. Estamos en el punto de partida. Tienes toda la ropa limpia, bien doblada y organizada en la mochila. Al día siguiente nos levantamos temprano y nos ponemos a caminar. Vemos a otros caminantes que avanzan a su ritmo. Nos adelantan, adelantamos, nuestros pies están perfectos, las piernas van ligeras… Esos primeros kilómetros, incluso esa primera etapa, son como una excursión o una marcha de trekking. Por fin llegamos al destino del día. Ves a otra gente escribir en sus cuadernos, con la mirada fija en móviles y tablets, fumando o disfrutando una cerveza. Empezamos a hacer lo mismo, nos sentamos, escribimos, bebemos, contemplamos el entorno. Todavía no ha entrado el Camino en nosotros. Hay un momento en el que, sin embargo, tú percepción cambia, tus sensaciones no tienen nada que ver con las de una escapada de domingo. Empezamos a establecer conversaciones que ya no son casuales, y mides tu fuerza interior de una manera distinta. No se puede decir cuántos pasos son necesarios para que se produzca la transformación. Para cada uno es diferente. Pero hay un momento concreto en el que dejamos de ser caminantes y nos convertimos en peregrinos.
En el camino 1+1 no son 2. Todos los kilómetros no son iguales. No es lo mismo un kilómetro al comienzo, que en medio que al final. Un kilómetro tiene un valor distinto para cada peregrino y dentro de la jornada de cada peregrino. Los kilómetros acumulados algunas veces son una carga insoportable y otras, en cambio, te proporcionan la fuerza necesaria para seguir y llegar a tu destino. Lo mismo ocurre con el tiempo. Un minuto son sesenta segundos siempre, pero un minuto temprano por la mañana es más corto, mucho más corto que un minuto cuando llevas acumulados muchos minutos o muchos kilómetros, porque en el Camino la distancia es tiempo y viceversa.
Empezamos a desear “Buen Camino” de forma automática sin pensarlo demasiado, casi como una fórmula de cortesía. Según nos fuimos acercando a nuestro destino nos vamos dando cuenta de que esas dos palabras tienen un significado profundo. El día que te despides de los otros peregrinos les deseas “Buen Camino” no ya para ser educado, sino como una reverencia por haber compartido la experiencia, y como un deseo sincero a partir de ese momento.
¡Buen Camino!
Al final del Camino, entrando en la indescriptible plaza del Obradoiro, vimos a personas alumbradas por ideales y sueños que no tenían límites y nos emocionamos, nos llenamos de alegría y dimos gracias al apóstol y a Dios.
Nos sentimos orgullosos al poder decir, ¡somos peregrinos del Camino de Santiago!
Y como no podía ser de otra manera, una vez cumplida la visita y oración al Santo, la celebración de la misa del peregrino con Botafumeiro, ir a recoger nuestra Compostela, sellar en la oficina del Peregrino, etc., a descansar y disfrutar de Santiago, su gastronomía, entorno y su lluvia.
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