Nos empieza a invadir la impaciencia
por llegar a la meta, pero si algo hemos aprendido en el camino es a dar un
paso y luego el siguiente, así que aunque las ganas no faltan para andar más
kilómetros preferimos seguir con la programación prevista. No se trata de
correr una maratón que a estas alturas ya vemos a quien quiere quemar
kilómetros y etapas con el ánimo de llegar, y el Camino además de la meta,
tiene el paisaje, las gentes, el ambiente, las amanecidas, la niebla, la
lluvia, el sol, la naturaleza…, en fin que hay que gozarlo, vivirlo y
experimentarlo y no bajar la cabeza como los ciclistas y ¡a correr!.

El comienzo es de lo más duro de
la etapa, hay que atravesar el monte que rodea a Portomarín, es un kilómetro y
medio aproximadamente y se suda aun siendo las primeras horas de la mañana, después
aunque sin grandes dificultades empieza a ser un sube baja, más sube que baja
hasta la mitad de la etapa, en bastantes tramos cercana a la carretera y por
andadero, avanzando por zonas rurales y cruzando pequeñas aldeas. Aunque los
desniveles son moderados en general, al cabo de unos 9 kilómetros nos
encontramos con una fuerte subida, hay quien aún tiene ganas y se desvía a ver
un castro romano, nosotros continuamos. A partir de aquí nuestro destino en
esta etapa esta hacia abajo.

Una pequeña aldea de no más de ocho
casas nos espera, Eirexe, localidad que no está señalada como final de etapa
en ninguna guía, pero lo dicho, nosotros tenemos trazada nuestra programación y
de momento nos va muy bien con ella. Como hemos llegado pronto y la señora del
albergue es muy amable aprovechamos, aunque aún no lo necesitamos (más vale
prevenir ya que nos sobra tiempo) para hacer la colada, después, antes de a la
hora de la cena tomamos nuestro cortado de media de tarde, junto a las vacas
que aquí andan como pedro por su casa.
